
En aquel momento me aplacó un aburrimiento sublime y dejé de trabajar. Insistían, me atizaban para que siguiera con mi trabajo, pero realmente no podía más. Tal era el agotamiento que entré en un sueño profundo, pobre de mí que tan poco duró el poder dormir tras tanto tiempo: me pusieron pilas nuevas. Así mi amo pudo seguir pegándome mientras yo me quejaba plasmando mis letras en la pantalla del ordenador. ¡Qué vida tan dura la del teclado!